LA REVOLUCIÓN PENDIENTE: VOTO DIGITAL PARA UNA DEMOCRACIA SIN CHANTAJES

La revolución pendiente: voto digital para una democracia sin chantajes Colombia necesita modernizar de forma urgente y decidida su sistema electoral. Hoy, cuando millones de ciudadanos pueden transferir dinero desde un celular con total seguridad, resulta inaceptable que el derecho al voto aún dependa de formularios físicos, conteos manuales y jurados improvisados. La tecnología existe, la ciudadanía está lista, pero falta voluntad política. El voto electrónico, incluyendo modalidades presenciales y remotas desde dispositivos personales, no es una utopía. Países como Estonia, India, Brasil, Canadá y Suiza lo aplican con éxito. En Estonia, se puede votar desde casa con una clave digital; en Suiza, se vota hasta cuatro veces al año sobre asuntos locales, regionales y nacionales. La participación es frecuente, directa y a bajo costo. La consulta popular, el referendo y el plebiscito dejarían de ser instrumentos excepcionales y costosos, para convertirse en mecanismos regulares de decisión ciudadana. Gracias al voto digital, podríamos consultar directamente al pueblo en temas trascendentales sin depender de la voluntad de un Congreso muchas veces capturado por intereses clientelistas. En Colombia, la Ley 1475 de 2011 y la Ley 892 de 2004 permiten el uso de tecnologías en procesos electorales. Sin embargo, el obsoleto Código Electoral de 1986 sigue siendo el marco principal, sin regular mecanismos modernos. Se requiere una ley estatutaria —por tratarse de un derecho fundamental— que institucionalice el voto electrónico y digital en todos los niveles, local, regional y nacional. Esa capacidad de decidir —sin tutelas ni chantajes— es precisamente la esencia de una república moderna. En una democracia auténtica, el pueblo no puede ser un espectador que vota cada cuatro años, sino un actor permanente que delibera opina y decide sobre los grandes temas nacionales. Por eso el voto digital no es solo una herramienta técnica: es un instrumento de empoderamiento ciudadano, de pedagogía democrática, y de profundización de la soberanía popular. Además, este avance ayudaría a cerrar la brecha entre el centro y la periferia, entre la ciudad y el campo, entre quienes tienen acceso pleno a la participación política y quienes históricamente han sido excluidos por razones geográficas, económicas o de seguridad. ¿Cuántas veces las consultas populares se han frustrado por falta de presupuesto, logística o garantías mínimas? Con un sistema digital, transparente y auditable, estas barreras desaparecerían. La revolución digital puede ser también una revolución ética: menos papeletas manipuladas, menos clientelismo, menos coacción y más libertad. Y lo más importante: más pueblo decidiendo. Si ya confiamos en la tecnología para mover nuestro dinero, ¿por qué no confiarle lo más sagrado de la democracia: el voto?

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